Olga y Angélica: “Las Juanas” del Bicentenario

Se levantan a las cuatro y media de la mañana con la firme convicción de entregar lo mejor de su oficio en la búsqueda por la paz. Por sus manos han pasado miles de uniformes militares confeccionados con el sudor de su frente durante los últimos 20 años.

Por Orlando Gómez Camacho

La historia de Olga Lucía Cogua y Angélica Vargas va más allá de la superación personal y laboral. Ellas, al igual que otras 600 operarias de la planta de sastrería del Batallón de Intendencia No. 1 del Ejército Nacional son heroínas anónimas que llegaron a esta unidad hace casi 20 años con el firme propósito de sacar una carrera adelante, pero que luego de aprender su profesión y levantar una familia a punta de hilo y aguja, se llenan de orgullo y sentido patriótico. Ellas visten a los oficiales, suboficiales, soldados, infantes y policías de Colombia.


Con 48 años, Olga ha confeccionado un gran diversidad de prendas militares, desde gorras para uniforme camuflado, camisas beige para uniforme número 3 y 3A, uniformes de gala, y pantalones “6 bolsillos”, hasta guerreras y vestidos a la medida hechos con el famoso paño “pelo´e burro” que tanto trabajo cuesta confeccionar.

Las primeras semanas en la sección de sastrería de este batallón, fueron un reto para ella, ya que –como no sabía manejar ninguna máquina- tardaba horas tratando de enhebrar una vieja fileteadora, que carecía de “codo”, una pieza que le impedía “cerrar” a tiempo las camisas.

Fue entonces cuando le asignaron una nueva y flamante cerradora de codo, aquella que había anhelando por tanto tiempo, pero que –al cabo de siete días- no había aprendido a utilizar. ¡Qué contradicción!.

“El comandante de esa época me dijo que no podía irme a casa sin antes terminar al menos una camisa,” continúa Olga Lucía. “Por supuesto que la orden la tomé como un desafío personal. ¡Al octavo día canté victoria al lograr terminar una!”.

Entre hilos y cartuchos

“Al Ejército Nacional le debo todo, empezando por mi marido,” dice Angélica, con una sonrisa contagiosa, al explicar que conoció al amor de su vida en la sección de zapatería de la misma planta industrial del batallón ubicada en el Cantón Occidental, de la localidad de Puente Aranda, en Bogotá. “Hemos pasado los últimos 15 años en medio hilos, telas y pegamento de botas”, confiesa con gran decoro y admiración.

Para esta bogotana de 40 años –que ha pasado la mitad de su vida en la sección de sastrería del batallón, confeccionar la paz de la Patria es un asunto serio que no tiene fin, como los kilómetros de costuras que labran su vida. Todos los días, desde hace 18 años, siente un profundo orgullo cuando ve sus hilvanes materializados en prendas que visten los soldados y que ella misma ha confeccionado con el sudor de su frente. Y de sus manos…

Su jornada inicia a las seis y treinta de la mañana con enormes rollos de tela camuflada que recibe cortados en piezas listas para armar como si fueran un rompecabezas y que ella junta a una velocidad y destreza increíbles con su máquina; máquina que ella compara con el fusil que portan los soldados. La comparación es válida al punto que hilos y cartuchos parecieran ser las variables que faltan para completar la ecuación para lograr la paz. Y anda convencida que el resultado será ese.

Juanas de la época moderna
Como ellas, han sido miles las costureras que han pasado por este batallón desde hace 86 años y que han sido comparadas con “Las Juanas”, aquellas heroínas de la historia nacional y de América que participaron activamente en la gesta independentista, apoyando a los soldados patriotas para lograr nuestra independencia y soberanía. Y a fe que lo han logrado.

Estas “Juanas” del 2011 son la apología a Mercedes Abrego, Rosa Zárate, Eusebia Caicedo, Policarpa Salavarrieta, Manuela Beltrán, Manuela Sáenz,   Antonia Santos, y María Antonia Ruiz, entre muchas otras. Heroínas que lucharon por la independencia y que además de “Juanas” recibieron el calificativo popular de “Rabonas” o “Cholas”, designadas así por ser las mujeres que marchaban junto a las tropas, apoyando a los soldados, curando sus heridas, remendando sus uniformes y equipos de campaña y cocinando en el rancho de tropa.

Pero no solo sirvieron de apoyo logístico. De hecho, batallaron en el campo como soldados regulares, como espías tras líneas españolas, como correos humanos, y en labores de inteligencia.

Surcos de Esperanza
Aunque son consideras unas heroínas de este siglo, Olga y Angélica no portan fusil; en su lugar llevan un botón de solapa que en letras doradas reza: “Fe en la Causa, Yo Soy Calidad” que resalta la inclinación del batallón por alcanzar altos estándares de calidad, luego de la obtención de la certificación ISO 9001:2000, que –gracias a estas abnegadas mujeres- posicionó a los productos fabricados allí en un nivel competitivo frente a las grandes fábricas privadas del mercado.

En sus rostros se refleja el orgullo de servir desde el anonimato a la empresa más grande del país, confeccionando las banderas, prendas e implementos que usan los soldados; aquellos que caen asesinados por grupos terroristas vistiendo un uniforme creado por ellas. La tristeza las embarga. Aún así, continúan su labor de servir a la Patria de una forma tan silenciosa como visible, sin perder la esperanza en su Ejército Nacional.

“Madres, esposas, hermanas, 
¿quién podrá seguir vuestras huellas en la carrera del heroísmo? 
¿Habrá hombres dignos de vosotras? ¡No, no, no! 
Pero vosotras sois dignas de la admiración del Universo 
y de la adoración de los libertadores de Colombia”.
-Simón Bolívar, Cuartel General en Socorro, Santander
24 de Febrero de 1820
 

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